sábado, 10 de noviembre de 2018

Lo que vomita el alma


De cuantas cosas nos privamos por superstición? No fluye la vida cuando se le ponen trabas al impulso. Por miedo, por obsesión, por perfeccionismo o por el qué dirán. Inertes, no hacemos ni exploramos.

Que estanco se vuelve el mundo cuando se le ponen requisitos a la vida. El saber al final es una jaula, la religión mal procesada lleva a pensar que está bien vivir agarrotada. La religiosidad sin una guía noble y a la vez terrenal lleva a un perfeccionismo inalcanzable, al castigo divino, al autodiciplinamiento y la secreta envidia de lo mundano.

Los estándares inalcanzables y la época de la sobreinformación, del embote en lo que aparenta libertad, el fantasma de producir para ser visto. La intimidad queda relegada a un espacio del cuerpo al que no le damos cabida. Ni siquiera es ya cosa de cuatro paredes, puesto que adentro, afuera siempre está la potencial mirada de la gran red.

Siempre es igual, nos dan las herramientas y construimos nuestras propias jaulas. Desde afuera se rìen de nosotros, tenemos la puerta abierta y no nos damos cuenta.

Como en la cárcel, como en un circuito cerrado, los encerrados creamos jerarquías y pensamos que somos libres del circo de la vida. Es probable que si te sentís en completa libertad sea porque llevas el número principal, al que miran desde afuera para no pensar en el propio encierro. Somos presos de una cárcel voluntaria, que se sostiene con nuestro propio metal.

La persona que diseño el mundo tenía una mente jodidamente afilada. Se sigue sosteniendo su modelo incluso aparentando ser otra cosa. Cambia de mascara y se sigue quedando, a todas las fiestas, como invitado principal.

No hay forma de salir de este encierro, hagas lo que hagas vas a ser usado de combustible alguna vez. Todo esfuerzo se reducirá tarde o temprano al fuego que hará correr la maquinaria. Quedará para nosotros la conciencia y de a ratos ni si quiera eso.