De cuantas cosas
nos privamos por superstición? No fluye la vida cuando se le ponen trabas al
impulso. Por miedo, por obsesión, por perfeccionismo o por el qué dirán.
Inertes, no hacemos ni exploramos.
Que estanco se
vuelve el mundo cuando se le ponen requisitos a la vida. El saber al final es
una jaula, la religión mal procesada lleva a pensar que está bien vivir
agarrotada. La religiosidad sin una guía noble y a la vez terrenal lleva a un
perfeccionismo inalcanzable, al castigo divino, al autodiciplinamiento y la secreta
envidia de lo mundano.
Los estándares
inalcanzables y la época de la sobreinformación, del embote en lo que aparenta
libertad, el fantasma de producir para ser visto. La intimidad queda relegada a
un espacio del cuerpo al que no le damos cabida. Ni siquiera es ya cosa de
cuatro paredes, puesto que adentro, afuera siempre está la potencial mirada de
la gran red.
Siempre es igual,
nos dan las herramientas y construimos nuestras propias jaulas. Desde afuera se
rìen de nosotros, tenemos la puerta abierta y no nos damos cuenta.
Como en la
cárcel, como en un circuito cerrado, los encerrados creamos jerarquías y pensamos que somos libres del circo de la vida. Es probable que si te sentís en
completa libertad sea porque llevas el número principal, al que miran desde
afuera para no pensar en el propio encierro. Somos presos de una cárcel
voluntaria, que se sostiene con nuestro propio metal.
La persona que
diseño el mundo tenía una mente jodidamente afilada. Se sigue sosteniendo su
modelo incluso aparentando ser otra cosa. Cambia de mascara y se sigue
quedando, a todas las fiestas, como invitado principal.
No hay forma de
salir de este encierro, hagas lo que hagas vas a ser usado de combustible
alguna vez. Todo esfuerzo se reducirá tarde o temprano al fuego que hará correr
la maquinaria. Quedará para nosotros la conciencia y de a ratos ni si quiera
eso.